La amistad entre Italia y Estados Unidos tiene raíces muy profondas. En efecto es a partir de la posguerra que las dos naciones trabajan lado a lado contra los peligros externos: desde la lucha contra el Partido Comunista Soviético en los años 40-50 hasta la lucha contra el terrorismo islámico, que vio a las tropas italianas ocupadas en Irak como las terceras, en términos números, detrás de EE.UU. y Reino Unido.
Washington también ha intervenido en más ocasiones a favor de Italia, en ayuda económica (recordamos, por ejemplo, el cheque por 100 millones de dólares entregado al primer ministro De Gasperi) y como defensor a favor de las solicitudes italianas en Europa (como cuando, bajo la administración de Obama, se pedía a Bruselas mayor flexibilidad por parte del Banco Central Europeo hacia Italia).
Italia, por su parte, también en nombre de la Alianza Atlántica, ha dado luz verde a Estados Unidos para que éstos destinaran varias bases militares en el territorio italiano dada la posición estratégica de la península en el Mediterráneo.
Pero las relaciones comenzaron a romperse cuando Roma mostró interés en hacer tratos con los rivales de Washington, o sea Rusia y China. Si bien las tensiones con Putin parecen haber disminuido bajo la presidencia de Trump, no se puede decir lo mismo de China.
Hay varios hechos que atestiguan que hay mala sangre entre las dos superpotencias. Los últimos incluyen por ejemplo, la insistente solicitud por parte del presidente estadounidense a la ONU de responsabilizar a China por la propagación de la pandemia. «China ha infectado al mundo», continúa diciendo muchas veces, debe «ser considerada responsable», incluso llamando al virus «virus chino».
El gobierno italiano, en cambio, en contratendencia con su socio estadounidense, ha decidido fortalecer sus relaciones con Pekín y, en marzo de 2019, recibió la visita del presidente chino Xi Jinping. Evento que condujo a la firma del Memorandum of Understanding, el documento con el cual Italia se ha convertido en el primer país socio de China en el proyecto conocido como la «nueva Ruta de la Seda», gracias al cual los puertos italianos se convertirían en el punto de conexión entre Asia y Europa.
La Casa Blanca no acogió con agrado la apertura de Italia a China, ya que considera esta última una amenaza.
Entretanto, en los Estados Unidos de América se están realizando las elecciones primarias que ven enfrentarse al actual presidente Trump y al miembro del Partido Demócrata Joe Biden. Es bien sabido que los dos tienen visiones radicalmente diferentes, pero si existe un tema que los une, ese parece ser precisamente la desconfianza hacia Pekín.
¿Cuál será entonces el destino de la relación entre Italia y Estados Unidos?
Si Trump se reconfirma, mucho dependerá de las políticas que el presidente piensa adoptar cerca Europa, sobretodo en el ámbito comercial y de seguridad. Es probable que continúe sirviendo a los intereses estadounidenses a las expensas de todos los demás. Sin embargo, al mismo tiempo, la decisión de disminuir la presencia de las tropas estadounidenses en el Medio Oriente fortalecería la posición de Italia, ya que las instalaciones militares en el país aumentarían para hacer frente a operaciones futuras en el Mediterráneo.
Si gana Biden, con toda probabilidad, volvería al relanzamiento de proyectos dirigidos a una mayor integración comercial transatlántica, como ya se vio bajo la presidencia de Obama. Sin embargo, Biden llevaría a un endurecimiento de las relaciones con Rusia.En cualquier caso, aparentemente a Italia se le seguirá recordando la necesidad de prestar enorme atención a las colaboraciones e inversiones